La amistad es una escuela de virtudes. Una amistad real y sana es un reflejo del cielo. Un cielo en el que siempre cabe alguien más. La amistad es inclusiva, es fiel, es el lugar idóneo en el que crecer. La amistad siempre se construye sobre algo, es decir, los amigos tienen un proyecto en común: La santificación a través del amor. En una amistad caminamos juntos aprendiendo a amar. Entrenando todas las virtudes y corrigiéndonos los unos a los otros.

Dios nos llama a vivir en comunidad por un motivo concreto. Necesitamos de los amigos para desenmascarar los engaños del pecado. Necesitamos amigos para resistir la tentación y combatir el pecado. Una amistad verdadera, de las que llenan el corazón… No son un tubo de escape para las malas situaciones, sino todo lo contrario, son un lugar donde cobrar fuerzas para vivirlas adecuadamente. La amistad tiene una característica particular que consiste en ser capaz de mostrar nuestras debilidades para poder superarlas.

Siempre hemos escuchado que la amistad es un tesoro. ¡Y es que es verdad! Un amigo es capaz de mirarte a los ojos y decirte… «Esto te va a doler pero…» Porque en la amistad hay un AMOR tan GRANDE que busca el bien del otro por encima de la propia amistad. Un amigo prefiere ser rechazo que permitir que el otro se hunda irremediablemente. La amistad implica una responsabilidad muy grande. Los amigos son educadores. Esto tiene un peligro muy grande… No hay que perder de vista que somos amigos, no padres…

Un amigo: ama, cuida, educa, camina, escucha, comparte, sana, levanta, corrige, alegra, llena, perdona, busca, propone, invita, abraza, acoge, soporta, espera, guía, ayuda, enseña, goza…

Un amigo en Cristo es la mejor forma de conocer la cercanía, la ternura… en una sola palabra, la humanidad de Dios.