Este fin de semana y en especial este domingo, contemplaba la imagen del desierto. Veía este desierto como algo propio de mi vida. Un sitio en el que todo está «muerto» si no está Dios. Un sitio en el todas las direcciones se ven iguales. Un lugar en el que los cambios de día y de noche cambian notablemente la temperatura de mi corazón. Al mirar esto intenté imaginar como participa Dios en este desierto, como se hace presente… Y llegué a la conclusión de un precioso oasis. Un lugar maravilloso en el que descansar, beber, acampar… Y darse cuenta de que el desierto no te aporta nada, te deja vacío… Habiendo experimentado el oasis… ¡Quién quiere volver al desierto!

Me parece una imagen muy bonita y quería compartirla con vosotros. Como Dios podía ser ese oasis, ese lugar precioso de descanso. Sin embargo Dios quiso en la oración mostrarme mucho más. Primero me hizo mirar los falsos oasis. Esos falsos momentos de descanso. Esos espejismos que ponía el patas para que viviese y habitase en ellos. Como el demonio, imitaba a Dios en esos oasis. Esta imagen se desarrollaba cada vez más y le preguntaba a Dios que hacer… Como no despistarme con falsos oasis… Y me sorprendió mucho la respuesta.

Dios quiso dejar claro un aspecto muy importante, el «objetivo». Dios no quiere conformarse con darme un pequeño oasis en todo el desierto. No quiere que hacer un apaño en mi desierto. Dios quiere llevarme a la Tierra Prometida. Quiere hacerme gozar infinitamente, para Dios  no es suficiente un oasis… Tiene preparado para mí y para ti, el paraíso. Entonces esos oasis ya no son el fin, sino que se convierten en un medio para alcanzar la santidad, para vivir en algún momento en ese paraíso. Por eso, aprendiendo de los grandes santos (San Ignacio de Loyola), estos medios son buenos, son santos en tanto en cuanto nos favorezcan para alcanzar ese fin último que es Dios.

Muchas veces, Dios pone delante de nuestra vida retiros, convivencias, ejercicios, gracias en la oración… Caramelitos u oasis en los que cobrar fuerzas para esta peregrinación de la vida. Muchas veces queremos quedarnos en estos oasis… vivir de retiro en retiro, de experiencia en experiencia… Y pensar que cuando no estoy en esos momentos maravillosos, que Dios está lejano… El cristiano, al igual que el pueblo de Israel tiene una confianza en Dios (a veces mucha… otras no tanto). Una confianza que permite caminar por el desierto toda una vida para alcanzar la tierra prometida. Tenemos una garantía de que Dios nos sustenta y nos guía. Una garantía de que Dios está atento a nuestras necesidades, que siempre nos dará ese maná del cielo (por ejemplo: sacramentos) alimentando nuestra alma y nuestras fuerzas.

Dios me conoce y me ama. Te conoce y te ama. Dios es todo bondad todo ternura y va a poner en nuestra vida todo, absolutamente todo lo necesario para seguirle. Y recalco para seguirle… Ese camino por el desierto no se recorre en un rumbo fijo, sino que tenemos un pastor que nos guía al cual hay que seguir… A veces nos conduce por caminos llenos de caramelitos preparados por Él y otras veces pasamos más tiempo en ese desierto por rodear espejismos que nos pueden perder en nosotros mismos…

Lo segundo. Dios quiso proponerme una mirada nueva a vivir el gozo. Tenemos claro que Dios nos quiere hacer gozar, vivir una alegría inmensa. Quiere colmarnos plenamente. Pero nuestro corazón, a veces tiene miedo, dudas, heridas que nos hacen contentarnos con vivir en el oasis. Sin embargo de esto podemos aprender algo de Jesucristo. El con esos miedos, dudas, heridas… ¡Tiene una solución! Jesús nos invita y enseña a de vez en cuando: retirarnos al desierto. En el desierto nos encontramos con lo que verdaderamente necesitamos, se pone de manifiesto gritos, que difícilmente se pueden ignorar, de para qué hemos sido creados. Y en el desierto podemos ver que no hay nada que pueda llenar los deseos más profundos del corazón. Lo único que podemos encontrar en la «nada» es a Dios. DIOS ESTÁ SIEMPRE. Este volver al desierto nos permite redescubrir a Dios, redescubrir nuestro corazón y así, aprender a saborear mejor a Dios, saber vivir mejor con Él, saber pedirle, saber darle gracias por los regalos que nos da. Y tan bien, tener claro y discernir donde y cómo está Dios. En el ruido es muy difícil distinguir una voz. Sin embargo en el silencio profundo en nuestro corazón, podemos escuchar esa preciosa melodía de Dios. Esa «música callada» que susurra y grita y todo a la vez dentro de nosotros.

Dios nos ama, nos quiere felices, nos guía, nos enseña… ¡Dios nos conoce! Nos ha creado y NUNCA nos abandona. Hay una frase que detesto: «Dios aprieta pero no ahoga». No mira… Dios te ama… pero para torturarte. ¡MENTIRAAAAA! Dios jamás va a dejar de darnos lo que más necesitamos. Pero lo que necesitamos de verdad, no lo que creemos que necesitamos. Dios es bueno, es ese buen pastor que no va a dejar ni a una sola oveja perderse. Animémonos a vivir confiados a su providencia. A confiar más en Él que en lo que ven nuestros ojos. Y si en algún momento dudas… ve al desierto y pregunta. Yo lo voy a intentar.

GLORIA A DIOS!!