Génesis 1, 26 «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Génesis 2, 5 «el día en que comáis, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios». Me sorprende mucho esta comparación. Dios nos crea perfectos, nos crea a su imagen… y el demonio nos quiere convencer de lo contrario. Al igual que decía en «miradas», la mirada hacia uno mismo es verdaderamente importante. Viendo este pasaje nos damos cuenta que lo primero que distorsiona el demonio es esta mirada. Distorsiona nuestra imagen, nuestra dignidad, nuestra pertenencia a Dios. Alegrémonos porque somos HIJOS DE DIOS. Somos hijos amados del Padre, preferidos por Él. Y Él que es bueno, nos ha creado perfectos. Con esto, no quiero decir que todo lo que hacemos este bien, sino algo todavía más importante y bello. Todo lo que SOMOS es PERFECTO.Dios nos crea a su imagen… y el demonio nos quiere convencer de lo contrario. Al igual que decía en «miradas«, la mirada hacia uno mismo es verdaderamente importante. Viendo este pasaje nos damos cuenta que lo primero que distorsiona el demonio es esta mirada. Distorsiona nuestra imagen, nuestra dignidad, nuestra pertenencia a Dios. Alegrémonos porque somos HIJOS DE DIOS. Somos hijos amados del Padre, preferidos por Él. Y Él que es bueno, nos ha creado dignos. Nos ha creado llamados a la perfección, a la santidad.
Cuántas veces nos hemos conformado con menos, con ser algo buenos. Cuántas veces hemos dicho… «Soy así, ya no puedo cambiar». Ahí entra muchísimo el patas. Nos hace creer que no podemos cambiar, que no podemos llegar a ser santos. ¿Acaso hay algo imposible para Dios? ¿Acaso Dios nos ha creado mal, incapaces de responder a esa llamada? Dios pagó con la sangre de su hijo nuestra vida. Y resucitando a Jesús, que era hombre igual que nosotros, repara nuestra dignidad y nos permite volver a esa dignidad originaria con la que hemos sido creados.
Soy de Dios, le quiero como el dueño de mi vida. Y es que, no hay nada más grande que ser de Dios. No hay nada más bello que pertenecer al Padre. Y aunque pueda parecer contradictorio, esta pertenencia, esta docilidad y mansedumbre ante Dios, en vez de esclavos, nos hace LIBRES. A lo largo de nuestra vida nos preguntamos muchas veces: ¿Quién soy? ¿Qué valgo? ¿Qué me merezco? ¿Soy digno de todos los regalos de Dios? ¿Soy Libre?… Y así multitud de preguntas. Y la gran mayoría se resuelven con esta respuesta. SOY HIJO DE DIOS.
Este ser hijo de Dios implica tantas cosas… que abarcan más de lo que pueda imaginar. Os comparto algunas que me llenan mucho el corazón. Empezando por saber que soy amado por Dios, que tengo un padre que me ama hasta el extremo. Que siendo hijo suyo significa que soy REY. Y como rey, por «herencia» me viene dado de lo alto toda la creación. Por tanto soy coparticipe del cuidado del reino de Dios. Puedo dar vida o destruirla. Puedo amar u odiar. Puedo hacer o deshacer. Y por tanto, si soy rey hijo de Dios… No hay NADIE por encima de mí que no sea Dios. Esto significa que el patas no puede gobernarte. Significa que si haces honor a tu nombre, si como hijo de Dios, llamas al Padre, a la «guardia real» van a asistir a tu rescate. No hay NADA que el patas pueda hacer contra ti si perteneces a Dios, si te cobijas a la sobra de sus alas.
Cristo ha resucitado y ha vencido a la muerte y al pecado. Créetelo y vive libre, vive feliz, vive en Dios. Creer en Dios no solo implica que Dios exista y que actúe, y que todo lo puede… Creer en Dios también implica vivir con la certeza de que Dios te ha creado bien, te ha creado Digno.
Oh Dios! Que con tanto amor nos creaste a tu imagen y semejanza. Ayúdanos y ampáranos en nuestras dificultades, para que unidos a ti, respondamos a tú llamada a la perfección y sepamos reconocer humildemente tus caminos. Por la intercesión de la Virgen María y de su inmaculado corazón te lo pedimos Señor.