Párate un momento, invoca al Espíritu Santo, cierra los ojos e imagínate que estás delante de Jesús y Él te pregunta: «¿Me amas?»… Imagínalo con calma, cada detalle, el entorno, todo… [PAUSA] ¿Cómo te miraba?  ¿Cómo está tu corazón mientras te pregunta? ¿Qué estaba pasando por el corazón de Jesús? ¿Qué es lo que más te llama la atención de ese momento? Escríbelo si te hace falta.

Yo también me he parado a hacer este «ejercicio» imaginativo y he descubierto algo precioso. Me he encontrado a solas con Jesús, íbamos como caminando, no se hacia donde la verdad, pero poco importaba. De repente, Jesús me dice: «Ignacio, espera un momento» se pone delante de mí, me pone la mano en el hombro, me mira a los ojos y me dice: «¿Me amas?». Me quedo atónito, se me olvida brevemente que tengo que responder, porque no paro de mirar a sus ojos.  Sentía como esa pregunta vinera de conocer completamente mi corazón. Veía como en el corazón de Jesús estaba toda mi vida. Todas las alegrías que le he dado y también todas las veces en las que no le encontraba. Veía como Jesús miraba mi vida entera, cada detalle, y como en su corazón solo hay una pregunta que me quiere hacer. Es la única pregunta que le importa mi respuesta. Me hace esa pregunta deseoso. Como cuando un novio le pide matrimonio a su esposa y solo quiere escuchar el Sí. Al mismo tiempo en mi corazón, no tengo claro que decir. Tengo un deseo enorme de decirle que sí, pero al mismo tiempo sé que mi amor deja mucho que desear. Me siento completamente desbordado. Sé que Él me lo pregunta de verdad. Me lleno de inmensa alegría sabiendo que soy el único que puede dar respuesta a ese corazón de Dios, a ese deseo de Dios de que Yo le ame. Al mismo tiempo me siento aliviado. Sabiendo que no estoy siendo juzgado, sabiendo que no importan mis capacidades, sino solo mi deseo de amarle. Con voz bajita, con los ojos apunto de llorar, le miro a los ojos y le digo: «Señor, tu sabes que te quiero». En ese momento a Jesús se le abre una sonrisa descomunal, le brillan los ojos y me abraza. Al abrazarme me susurra: «No espero nada más de ti».

La verdad es que tras este momento me siento agitado. Me paro a pensar, todo lo que mi imaginación a recreado y me sorprende. Me llama mucho la atención cada gesto de Jesús. Como me llama por mi nombre, como se me acerca y sobre todo cómo me conoce. He querido compartirlo, porque creo que no hay mayor regalo que pueda dar que lo que yo llevo de Dios. Y aunque sea algo fruto de mi imaginación, sé que también es una experiencia de Dios y de su amor. San Ignacio de Loyola habla de esta manera de orar. De esta oración imaginativa. Y de como esta nos puede ayudar a acercarnos a Dios. San Ignacio también enfatiza en prestar atención a lo que sucede en nosotros usando la imaginación. ¿Qué me mueve y por qué? ¿Qué dudas me surgen?. En el catecismo en el nº 2708 dice: «La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo.»

Por eso, de vez en cuando podemos usar nuestra imaginación para fortalecer esa voluntad y dejar que, a través de la imaginación, Dios nos pueda hablar. Siempre teniendo en cuenta que no debemos de caer en fantasías, ni tampoco extraer de la imaginación una verdad absoluta. Todo debe ser discernido con detenimiento y sacar provecho de lo bueno.

Gloria a Dios!