¿Merece la pena hacer este esfuerzo por…? ¿Tal y como está las cosas, merece la pena? ¿De verdad crees que todo lo que estás haciendo merece la pena? Muchas veces nos preguntamos si en una u otra situación, esforzarse, pasar un mal rato, sacrificar «x» cosa… ¿Merece la pena? Y sin embargo, cuando hay amor esa pregunta desaparece. Cuando de verdad queremos a alguien, cuando verdaderamente estamos enamorados… Todos los criterios se caen. Pienso por ejemplo en una pareja. ¿Acaso veríamos raro que alguno de los dos perdiera veinte, treinta, cuarenta minutos de trayecto solo por ver a quien ama? ¿Nos sorprendería ver a un padre haciendo horas extra en el trabajo para poder hacerle un regalo importante a su mujer? ¡Pues claro que no! Cuando hay un verdadero amor, ya no merece la pena, sino que merece la vida. Cuando hay amor, es indiscutible la entrega infinita hacia el otro. Una entrega sin requisitos, ni mínimos. Una entrega sincera y gratuita. Una entrega en la que el bien del otro, esté por encima del nuestro.

Hace muy poco escuché una frase que me llegó directa al corazón. «Mientras recemos, me da igual lo difícil que sea».  Esta frase me sorprendió mucho porque expresa de una manera muy sencilla un alma enamorada de Dios. Mientras sea con mi amado, con mi Dios… Mientras sea entregado la vida por Él… Me basta. Y cualquier dificultad que aparezca es irrelevante, porque Le amo tanto que merece la vida.  Y en una simple frase, me encontré con un amor recíproco enorme. Un alma enamorada de Dios en la que nada importa si es con Él. Y un Dios enamorado que ha entregado su vida. Vida por vida, entrega por entrega, cruz por cruz… Todo por el amado, todo por quien merece la vida. Y en mi poca experiencia de vida, la única verdad absoluta que he descubierto es que no hay nada más valioso que el AMOR.

Quizás me ponga ñoño, pero no hay regalo más grande que el amor. Sentirse amado por el otro y saber que el otro se siente amado por ti… VALE ORO. Y no hacen falta grandes sacrificios, ni enormes regalos, ni nada por el estilo. El mínimo detalle, una mirada cómplice, una broma que dura años. Un abrazo incluso cuando todo está bien. Alegrarte por las alegrías del otro. Mirar al futuro y planear juntos. Todo, hasta la gota más pequeña de amor sincero es capaz de inundar el corazón.

Y puede que también sea repetitivo. Pero a parte de tener todos estos detalles con las personas que queremos en nuestra vida, las podemos tener con Dios. Podemos tener pequeños detalles con Él, podemos dedicarle ese tiempo que no nos sobra, podemos mirar al futuro con Él y soñar juntos, podemos alegrarnos de las alegrías de Dios. Podemos acercarnos a Dios incluso cuando todo está bien. Y aunque parezca mentira, puedes tener tus bromas con Dios. No creo que Dios sea una persona sosa, y sin humor, sino todo lo contrario. Dios es el primero que nos chincha, nos hace cosquillas, nos vacila… Igual que dos enamorados se meten el uno con el otro, de manera cariñosa, sin herir, como un juego personal entre los dos. También Dios puede ser así con nosotros. Y vivir una vida de enamorados con Él, entregándole todo, porque por Él, merece la vida.