Últimamente en la oración se me confrontaban estos dos conceptos. Me hace gracia decir esto de que últimamente en la oración porque me pasa siempre, parece o que no paro de rezar o que Jesús me habla mucho, pero en realidad Dios va educando el corazón y enseñando poco a poco. Él está ahí haciendo su obra conmigo y yo un poco pasmarote alucinando con cada detalle que tiene sobre mí e intentado exprimirlo al máximo. Bueno que le desvío…

Muchas veces pensamos que cuando se acabe tal enfermedad, o dejemos de caer en no sé qué pecado, o en el trabajo vaya todo más rodado, o acabe la carrera y ya me pueda dedicar a lo que me gusta, o que tal situacion con tal persona se normalice o suavice… Cuando se acabe está lista interminable, ya sí, ya puedo ser feliz del todo. Ya mi vida será plena del todo. Y esto es Men-ti-ra. Y cuanto antes entendamos esto en nuestro corazón mejor. La plenitud, la inmensa felicidad únicamente proviene de una cosa, solo una, así que dejémonos de tonterías. La única fuente de alegría profunda es el encuentro con Cristo. Vivir en un constante encuentro, un constante asombro, un constante CONTACTO con Dios.

Esto no viene de la nada, miremos a Jesús en el evangelio. Se me vienen a la cabeza dos pasajes. La hemorroisa y el paralítico «caído del cielo» en casa de Pedro. Que ocurre con la hemorroisa. Ella entra en contacto con Dios, toca el manto de Jesús y queda curada. ¿Pero no decíamos que la plenitud no viene de arreglar nuestra enfermedad? Pues claro que no, por eso el pasaje no acaba ahí, ¿Qué ocurre después? Jesús se gira, la busca, la pregunta por su historia y Jesús se adentra dentro de Ella. Me imagino la situación mirándose a los ojos, Jesús abrazándola y acogiendo su historia. Y ella sintiéndose «absurdamente» amada. Derrepente encontrándose con identidad nueva. Había sanado algo más profundo. A Jesús no le bastaba con que quedara sanada de la enfermedad, sino que se gira para llevarlo a plenitud, para que su vida quede plenamente sanada, redimida, amada… Está mujer, se aventura a entrar en contacto directo con Jesús y se lleva de regalo poder guardar ese encuentro en el corazón.

Para que no nos quedemos en este pasaje como una excepción que a mí no me puede ocurrir, miremos el pasaje del paralítico. Sus amigos, sabiendo que Jesús había sanado a otros le llevan a Él para que le cure. Y resulta que la curación de la enfermedad se la lleva de rebote. Lo primero que le dice Jesús es perdonarle los pecados. Jesús sabe que ese acto de amor (que perdonar es uno de los actos de amor más grandes e importantes) es lo que verdaderamente necesita ese hombre. Jesús, no mira como los hombres, sino que mira como Dios a lo profundo del corazón. Por eso, en nuestro día a día Él no nos mira por nuestra enfermedad… ¡¡ Sino por quienes somos realmente!!

Hace unos días estuve en una adoración de sanación (física) y una mujer salió a dar testimonio. Y en ella vi reflejado de una manera viva lo que contemplaba en estos pasajes. Decía que aparentemente nada había cambiado que su enfermedad persistía tras la adoración, pero que se había sentido muy muy amada, que el gozo que había en su corazón desbordaba y que tenía la certeza de que en todo momento, Dios estaba con ella. Te invito, a que te acerques a Dios y le pidas esta gracia de saberte amado plenamente. Déjale sorprenderte, deja que sea Él el que escriba el transcurso de tu vida. Deja a un lado tus preocupaciones, tus enfermedades, tus aspiraciones… Vacíate de tí, para que así, te puedas llenar de Él.