El amor no se gana. Pensaba cuántas veces he actuado en mi vida intentando ganarme el amor de los demás, intentar ganarme su respeto e intentar que cuenten conmigo para actividades, quedadas, problemas… Y al mismo tiempo pensaba en los bebes, recién nacidos. Ellos no han hecho nada para ganarse el amor de sus padres. Y es que el amor no se gana. El amor es gratuito, es un regalo sin precedentes.
Cuantas veces vamos por nuestra vida, intentando ganar el respeto de los demás. Poniéndonos máscaras, haciendo cosas de las que no estamos muy de acuerdo, solo por seguir la corriente. Cuantas veces nos dejamos llevar por los respetos humanos, por buscar y ganar ese afecto de los demás. De primeras, tiene sentido, es lógico que queramos ser queridos. Pero cuando actuamos así, nos sentimos vacíos. Incluso «logrando» ese afecto que buscábamos, nos sentimos vacíos. Y claro, en el momento en el que renunciamos a lo que somos, ese afecto esta dirigido a algo que no somos nosotros y por tanto que no nos llena. Vivimos constantemente luchando por respetos humanos. Por afectos que no nos llenan. Y en realidad solo nos debería preocupar que es lo que piensa Dios de nosotros.
Ahora bien, no nos confundamos. NO PODEMOS GANAR EL AMOR DE DIOS. No hay nada que podamos hacer para que Dios nos quiera. Dios no te necesita. Dios no necesita que reces, no necesita que le quieras, no necesita que vayas a misa, ni que le adores y alabes. Repito, Dios no te necesita. No hay nada que puedas para ganarte el amor de Dios. Y cuando digo nada es NADA, absolutamente nada.
Bueno y ahora que… Buscar el amor de los demás no me llena y no puedo hacer nada para ganarme el amor de Dios… Pues estamos apañados ¿no? Pues con Dios nos pasa lo mismo que a los bebes recién nacidos. El amor de Dios es para nosotros un regalo. Y nos ama a lo que somos. Nos ama a nosotros, sin apariencias, ni perfectos… Dios nos ama tal y como somos. Y su mayor anhelo porque nos ama es: hacernos libres y felices en Él. Dios no te pide que seas perfecto ni que dejes de pecar. Te pide que vayas a Él y le entregues todo. «El Señor es mi pastor, nada me falta» ¡No me hace falta nada! Ni vencer mis pecados, ni cambiar, ni nada. Solo dejar que el Señor sea mi pastor.
¡Ojo peligro! Esto no significa que no haya que cambiar, ni dejar de luchar por vivir sin pecado. Eso viene en consecuencia a otras cosas. Para que el Señor sea mi pastor, significa que me tengo que entregar a Él tal cual soy. Y en nuestro corazón nace un amor muy grande hacia Él. Y es de ese amor a Dios, de donde viene este deseo de cambiar, de no pecar… Pero tiene otro plus más. Al entregarle todo a Él también nos damos cuenta de que para poder crecer, le necesitamos.
Quizá puede ser un poco lioso o contradictorio, pero se podría resumir en una simple oración:
Dios, me entrego del todo a ti. Deseo profundamente que seas el Rey de mi vida. Sé que me amas inmensamente y que tú te mereces todo. Quiero amarte, respetarte y seguirte todos los días de mi vida. Pero para poder hacerlo te necesito a ti. Ayúdame a amarte. Que mi vida sea para ti, por ti y en ti. Amén.