La responsabilidad con la comunidad, o dicho de otra manera: la respuesta a la comunidad, es fundamental en nuestra vida cristiana. Es imposible entender una amistad, un diálogo con el otro, si no implica en nosotros una respuesta. Una respuesta que necesariamente nos pone en juego a nosotros mismos. El amor siempre pone en nosotros un peso, una carga. El amor nos ata. Nos une al otro y establece entre los dos un vínculo. Una madre que ama a su hijo inevitablemente se preocupa por él. Un esposo que ama a su esposa debe buscar cada día cómo sorprenderla. Esta carga ligera está unida al amor y, por tanto, a la comunidad.
La comunidad es tan necesaria en nuestra vida que no podemos vivir sin ella. No es algo trivial, secundario u optativo. En la comunidad se pone en juego nuestra vida y quiénes somos. Si suspendes un examen se pone en juego tu carrera, pero si no vives en comunidad se pone en juego tu felicidad. Siento si suena muy radical, pero asombrosamente es así. Esto no nos permite desatender los estudios o el trabajo, todo lo contrario. Si verdaderamente me quiero tomar la vida en serio. Darle la importancia que merece y vivir lo mejor posible, sólo se pueda dar en la comunidad. Es en la comunidad dónde puedo vivir todas las cosas feliz y santamente.
A veces valoramos tanto nuestro tiempo que no podemos perder 15 minutos en hablar en la puerta de la parroquia. No podemos perder 1 hora en cenar con alguien que nos acerca a Dios. «Necesito descansar...»,«Tengo muchas cosas que hacer...». Todo esto es verdad, pero nos olvidamos de que hay cosas que cansan más que estar despierto. Que puedo acabar el día tan agotado porque no estoy sabiendo entregarme a las cosas de manera adecuada. Nos olvidamos de que todas esas cosas que tenemos que hacer y que son tan importantes solo las podemos vivir bien y dándoles la importancia que merecen si nos dejamos acompañar. A veces parece que vivimos como si el encuentro con Cristo fuera solo en los ratos de oración mística en los que he sentido cositas... Y nos olvidamos de que el primer encuentro con Cristo es con el hermano.
La comunidad para ser comunidad necesita tu respuesta, necesita tu entrega. Si no nos hacemos presentes en nuestra comunidad, no pertenecemos a ella. Así de sencillo, para que sea tuya tienes que estar tú. Necesita tu respuesta. Esto es la responsabilidad, que necesita una respuesta. Nos guste verlo o no. Mi santidad, mi felicidad dependen de mi respuesta. Y cuando decimos “respuesta” es porque se responde a algo. Se responde a lo que tengo delante: ir a catequesis, ir a misa, ir a cenar, ir de escapada a la montaña, ir a cantar a la residencia, ir a hacer voluntariado... Se responde a aquello que se me propone. Y si te fijas, todos los ejemplos dicen «ir» porque implica moverse. Implica salir de uno mismo y salir de la zona de confort.
Sé que estoy siendo duro con estas palabras, pero he hecho experiencia de esta dureza. No como algo amargo, sino todo lo contrario. Siempre ha estado delante de mis ojos y era tan fácil como fiarme y decir «sí». Tan sencillo, tan bello, tan gratuito. Un regalazo enorme que cada día desaprovechamos porque no caemos en la cuenta de que sin la comunidad nos morimos. Por eso es tan importante. Porque en tu «sí» pones en juego tu felicidad. Y no solo eso, sino que con tu «sí» abres la oportunidad de corresponder al hermano que también te necesita.