Hablando con mi mejor amigo incrementaba un interrogante. ¿Para qué estamos aquí? ¿Por qué cuando pienso que soy el mejor en algo viene alguien que es mejor que yo? Es una realidad que se impone.
Llevo un tiempo preguntándome por el sentido de la vida. Ilógico, ¿verdad? Un cristiano preguntándose por eso. Quiero ser el mejor en muchas cosas y de lo único que me doy cuenta es de que no sé nada. No tengo ni idea de cultura general, no tengo ni idea de historia, ni siquiera de política -y en teoría es de lo que tengo que saber-.
Ya con cuatro años de periodismo a mis espaldas me voy encontrando con un vacío de saber inédito. «Hay muchas cosas que tienes que aprender por tu cuenta», me decía mi profesora de la universidad. Ya, pero se supone que vengo a que me enseñen, ¿no?
Qué incógnita más incómoda es el sentido de la vida. Cuando tengo unas prácticas en las que en teoría sobresalgo… Cuando empiezo a salir con alguien que es maravillosa…. Cuando tengo muchos amigos… Nada de eso me llena. Ninguna cosa me sirve para estar en paz. Y ahí, clamo al cielo intentando encontrar respuesta.
«¿Dónde está la diferencia entre un cristiano y un ateo?». Pues ahora mismo no te voy a engañar, no lo tengo muy claro. Yo quiero lo mismo que él: ser feliz. Quiero que en mi familia nos queramos. Anhelo tener dinero para cuidar a los que me rodean. Ser inteligente y saber de todo para destacar. Necesito sentirme útil. Necesito saber que existo para algo. Y cuando veo que en teoría sé grabar, sé editar, sé locutar o escribir, me doy cuenta de que no tengo ni idea.
El sentido de la vida. Qué misterio. Ojalá en las conversaciones con mi mejor amigo las encuentre.